¿Y, SI YA QUE ESTAMOS,
LE HACEMOS CASO A PELODURO?
El inefable Julio E. Suárez, alias
Peloduro – para los jóvenes, uno de los pioneros del humor uruguayo – tuvo la
ocurrencia (entre otras muchas genialidades) allá por los años 40, de plantear
una reforma del almanaque creando un décimotercer mes, que se denominaría
Desquitiembre.
No recuerdo bien si se agregaba al
final del año, o en cualquier momento, según las necesidades y para no alterar
los ritmos de las estaciones. Era una especie de mes aguinaldo, totalmente
justo y necesario para la población que bien que se lo merece, y en el cual se
podría desquitar y hacer todo aquello que no pudo hacer en el resto del año, o
bien dejar de hacer todo aquello que hizo porque no tuvo más remedio.
Enfocado así, en forma general,
parece un disparate mayúsculo y totalmente inaplicable.
Sin embargo, si uno lo trata un poco
a fondo y lo adorna con una cantidad apreciable de fundamentos y motivos más o menos
lógicos – aunque no necesariamente reales – no me cabe ninguna duda de que se
podría convencer a alguno/a de nuestros preclaros legisladores para llevar a
cabo el emprendimiento, ya que sería, a mayor escala, una simple dislocación
del tiempo como la que ya se ha hecho y se sigue haciendo.
Porque a mí, ya me arruinaron Octubre
varios años, y por lo que parece va a ser para toda la vida. Fíjense que
durante mi niñez, adolescencia y algo más, aprendí a adorar a Octubre. No sólo
por esas paparruchadas de que se acabó el frío, ya se nota la primavera, las
flores, las golondrinas y todo ese mambo, sino porque nací el 17 de Octubre y
creo que soy uno de los pocos seres humanos – bueno, más o menos – al que le
ajustan bastante bien todas las pavadas que dicen los horóscopos acerca de los
de Libra.
Pero resulta que allá por los ’70, a
raíz de una crisis del petróleo, a algún iluminado de día se le ocurrió
revolver papeles viejos y encontró que a nada menos que Don Benjamín Franklin,
allá por 1784, se le ocurrió que si a la gente la hacés levantar más temprano y
le estirás la tarde después de laburar, se ahorra energía eléctrica. Y páfate,
nos encajaron la tarea de agarrar los relojes y cambiar una hora el tiempo para
adelante en verano y patrás en invierno.
Y ahí fue cuando me arruinaron
Octubre, porque sucede que en nuestra bendita comarca ese cambio de hora se
hace obligadamente el primer fin de semana del bendito mes de Libra, que a
pesar de eso no nos ha librado de tal pesadilla.
Creo que ya se habrán dado cuenta que
el temita del cambio de hora me paspa. Y no por las variaciones biológicas que
me produce en mi ritmo circadiano, sino porque no resisto que se me impongan
conductas con fundamentos basados en opiniones estimativas y no realmente
comprobadas. Parece que nos quedamos con la opinión del viejo Franklin, que en
1784 tenía casi 80 pirulos y capotó en el ’90, así que imagínense como lo
tendría el alemán en ese entonces. Porque según mi manera de ver las cosas, lo
único fundamental que se consigue es que la gente duerma una hora menos: se tiene que levantar con el reloj y se
acuesta con el sol, porque nadie va a cenar a las 9, con el sol afuera y sin
hambre.
Tengo un vago recuerdo de que el
primer argumento utilizado para el cambio fue desplazar en el tiempo el pico de
máximo consumo de energía, al no coincidir el sector comercial e industrial con
el hogareño, y no para realmente ahorrar energía. Simplemente, el mismo consumo
se hacía en un lapso más prolongado. No se gasta más agua abriendo toda la
canilla durante una hora que abriéndola por la mitad durante dos horas.
Si vos
me planteás este asunto, como tengo el defecto de razonar las cosas, yo diría: “¿Ah
sí, che, te parece? ¿Y por qué? ¿Cómo?”
¿Qué decís? |
A ver:
- Si me levanto más temprano, todavía de noche, ahí ya arranco a gastar más que lo habitual. Cuando me levantaba más tarde ya era de día, no precisaba prender la luz, y el resto del gasto energético – calentar la leche, las tostadas y el agua para el mate – no cambia.
- Y al cabo de la jornada, aprovecho la horita más de sol para pasear el perro, o los nenes, o salimos a matear con la patrona hasta la placita, o me voy al club a jugar unos trucos, pero en la puta vida me voy a quedar encerrado en casa preparando la cena, comiendo y acostándome cuando recién se puso el sol nada más que para que los preclaros se queden tranquilos y ayudarlos a ahorrar energía.
- El hecho además de que todo el ahorro se basa exclusivamente en la luminosidad del sol, implica que se debe sólo al uso de la energía lumínica, que es el sector que menos gasto genera, en relación a motores, sistemas de calefacción, electrodomésticos, etc., etc. Más adelante veremos algunos estudios serios al respecto, en los que se demostró que el ahorro es realmente despreciable en comparación con los trastornos que produce el cambio horario.
Y a continuación preguntaría:”¿Y como se comprueba realmente la efectividad de la medida?” Se me ocurre que la única manera efectiva de hacerlo, es comparando el gasto de un semestre de verano con cambio horario contra el mismo semestre del año siguiente sin cambio horario. Que yo sepa, eso nunca se ha hecho. Además de ser el procedimiento más preciso para evaluar, nos permitiría tener un par de años libres del tormento. Y si las cosas alguna vez se hicieran como debe ser, seguramente nos liberaría de por vida, aunque tampoco sería de extrañar que siguiéramos haciendo lo mismo como un rebaño de ovejas.
A todo esto, ¿qué pasa en el resto del mundo? Siempre me llamó la atención de que la Argentina, con la vastedad de su territorio (la bastedad ya sería de otro capítulo) debería beneficiarse en forma importante con esta medida. Y sin embargo, luego de hacer unos intentos unos años atrás, han abandonado totalmente la infausta práctica.
Wikipedia, basada en un pormenorizado estudio de la revista española 20 minutos, publica un listado de 250 naciones del mundo, de las cuales 177 (70 %) no emplean el cambio horario, y muchas de ellas, como puede verse en este mapamundi, por haberlo dejado de usar. Y si lo dejaron, alguna razón habría, se me ocurre que porque no servía para nada más que lo antedicho: dormimos una hora menos.
Además, se dan varios casos en que dentro de una misma nación hay sectores
que lo utilizan y otros que no.
Entiendo importante transcribir la opinión del Dr.
Rafael C. Carrasco Jiménez, doctorado en Ciencias Físicas de la Universidad de
Valencia, España: "la magnitud de este ahorro es mínima: entre
el 0 y el 0,5% y además, cada año que pasa es menor. Debe tenerse en cuenta que
entre 1960 y 1983 la proporción de energía utilizada para la iluminación
disminuyó del 25% al 10% mientras que aumentó la usada por las industrias, los
sistemas de aire acondicionado etcétera." Además, el hecho de que
exista un ahorro energético global no ha podido ser establecido con certeza. De
este modo, los únicos beneficios comprobables del cambio de hora serían
puramente sociológicos y relacionados con la sensación placentera de tener
más horas de luz.
Finalmente, como
corolario de lo insustancial y carente de sentido de esta medida, me cambia la
hora de todos los programas extranjeros de la TV, y eso es totalmente
imperdonable.
A eso se debe que
ahora, cuando se aproxima el mes de Octubre, paso de adorarlo a odiarlo
entusiásticamente, y me pongo de mal humor.
Y total, ya que
estamos, ¿si le hacemos caso a Peloduro?